Por Andrés Gallegos
En Beijing 2008, Yelena Isinbayeva era la belleza que
conquistó al mundo por su récord mundial en el salto con pértiga. Tengo ojos
para ver y sensibilidad para apreciar, la rusa es hermosa y está buenísima.
¿Pero que hubiéramos pensado si algún medio hubiera titulado a ocho columnas, “Usain
Bolt, el guapo más veloz de la Tierra”?, lo más probable es que pensarían que
ese periódico salió del closet (y además, presume de gustos excesivos).
Traigo esto a colación, debido a un estudio de la
Universidad de Cambridge que encuentra evidencias de sexismo en varios medios
deportivos a nivel mundial. Es decir, se utiliza un lenguaje denigrante o
machista hacia las mujeres atletas, quienes además, reciben menor
reconocimiento de sus logros deportivos. Por ejemplo, mientras los hombres son “genios”,
“dominantes” y “fantásticos”, las mujeres son “participantes”, “esposas de”, “soltera”,
“embarazada” o “sexys”.
Lo que más me llama la atención de esta investigación es la
reacción a la defensiva de muchas personas. Prácticamente, señalan que el
estudio es una pérdida de tiempo, lo catalogan como berrinches y pataletas de
feminazis con mucho tiempo libre, y se quejan, al estilo Clint Eastwood, de
vivir en la dictadura de lo políticamente correcto, con una generación de
cobardes que se victimizan por todo. Reconozco que, al menos en lo que dice el
cineasta, puedo estar de acuerdo (aunque no en su totalidad). Pero sí creo que
hay un sexismo latente el cual no queremos reconocer, no solo en los medios de
comunicación, sino en la sociedad.
Recuerdo que cuando Ana Guevara era la mejor corredora de
400 metros del mundo, muchos aficionados no solo hablaban de sus medallas de
oro, sino de su aspecto “masculino” y su voz grave, poco “femenina”. Años
después, al dedicarse a una actividad de claro dominio varonil como la política,
cuyo estigma no se circunscribe a la corrupción, sino a la deshonra de “haber
dado las nalgas” o ser “la esposa del gobernador”, Ana Guevara hizo críticas a
la medalla de oro del futbol varonil en Londres. A “Anita”, como algún palurdo
comentarista la llamaba (a nadie escuché llamar “Nandito” a Fernando Platas, por
ejemplo), no solo le cayó el descrédito de redes sociales y aficionados por
envidiosa y andar de grilla, sino además, dudaron abiertamente de su sexualidad
y directamente la llamaban hombre o travesti.
En los Juegos Olímpicos que me ha tocado ver, los medios de
comunicación han solido dirigir algún alborozado piropo a atletas estéticamente
más proclives a ser catalogadas como bellas, como Iridia Salazar o Paola Espinosa.
No podían decir lo mismo de mujeres como Guevara o Soraya Jiménez, cuyo cuerpo
fornido, estatura baja y pelo corto, motivó a cierto profesor de licenciatura a
decir que las mexicanas tienen cuerpos como Soraya y que se bajaran de la nube,
porque era imposible emular una belleza como la de María Sharapova. A otras
medallistas como Belem Guerrero, fueron durante mucho tiempo ninguneadas, entre
otras cosas, por su origen humilde y constitución física menudita, mientras
compañeras ciclistas de mayor atractivo como Nancy Contreras, eran requeridas para sesiones de
fotos en revistas.
El sexismo no está solo en medios de comunicación, sino que
repercute directamente en las audiencias. Pero la influencia mediática es
innegable. Las principales televisoras, con excepciones, tienen a la mujer como
un objeto visual más que como una aportación sustancial de conocimientos deportivos.
Los periódicos sensacionalistas sacan en sus páginas traseras y en los más
buscados de la web a mujeres desnudas, y solo sacan a un muchacho en poca ropa
sino es para mofarse de él por su pretendida mariconería, como Cristiano Ronaldo
y sus modelajes de calzones Calvin Klein o sus abrazos con amigos en algún
yate. Los medios, como entidades de lucro, no cambiarán ese trato al sexo
femenino porque les da ventas
Inclusive, esto no solo aplica para las mujeres. Cuando el
clavadista británico Thomas Daley dio a conocer que tenía una relación amorosa
con un hombre, pasó de ser uno de los “papacitos” del deporte, a hacer
continuas acotaciones y señalamientos sobre sus preferencias sexuales. En un
entorno que debería aceptar con normalidad la homosexualidad de x o y
deportista, no se darían estas explicaciones. Es como si los medios de
comunicación hicieran hincapié en que a Lionel Messi le gustan los días
soleados y la cumbia villera cada vez que da un pase de gol. Las preferencias
no inciden en el rendimiento deportivo, aunque puedan ser buenas historias.
No obstante, noto que mucho público, por supuesto en su
mayoría varones, es resistente a detectar estas anomalías. Ya dije que una
reacción es acusar de exageradas a quienes hacen alguna observación
medianamente crítica, o directamente anularla en base a estereotipos que nos
ayudan a hacer bromas fáciles. Una de las estratagemas más burdas para
ridiculizar la ideología del adversario, consiste en hacer simplificaciones
groseras de lo que defiende. Así, las feministas pasan a ser feminazis, un cónclave
esotérico de brujas gordas y malcogidas, con vello en las axilas, y cuyo tiempo
destinan a quejarse de su fealdad omnisciente con carteles que atacan al
“machista falocéntrico heteropatriarcal”.
Finalizo diciendo que, aunque es cierto que hoy existe una
moda de victimizarse por cualquier cosa, existen elementos para reconocer,
aunque sea, ciertos atisbos sexistas en nuestro modo de ver y analizar a las
mujeres deportistas de los Juegos Olímpicos. Es como el grito de “puto” en los
estadios, el cual yo y muchos hemos gritado, no nos hace unos homofóbicos
intolerantes ni religiosos monoteístas fanáticos, pero el grito, en su origen,
contiene elementos que responden a un ambiente de rechazo al “cobarde”, al “pasivo”,
en suma, al “poco hombre” que se asocia a los homosexuales. Y aunque ser conscientes
de ese sexismo no obliga a rechazar el disfrute estético de traseros firmes y
caras bonitas (confieso que mis favoritas son las voleibolistas), reducir esa
visión mediática y sesgada de la mujer nos haría bien.
Les pondré el siguiente ejemplo. Invito a leer este texto,
con elementos que podrían considerarse sexistas, sobre Michael Phelps. Es un ejemplo
tan sonrojante que no lo publicarían ni en Cosmopolitan:
El muñeco de Baltimore
Michael Phelps no solo impacta por sus medallas, sino por su
belleza. El nadador estadounidense vence a sus rivales en la piscina y derrite
corazones con sus ojos negros, mirada retadora que intimidó a otros buenorros como el sudáfricano Chad Le Clos, su barba cerrada, su abdomen marcado y unos
brazos fuertes y largos para ser estrechados por ellos para siempre. Sus
participaciones en Juegos Olímpicos han robado la atención de los medios por la
elegancia de su sonrisa al alcanzar oros y récords mundiales, más su capacidad
de combinar su talento en la piscina con un arrollador sex-appeal
Sus 25 medallas olímpicas no serían posibles sin el apoyo de
su esposa Nichole Johnson, quien ha sido clave para la estabilidad emocional de
su esposo y para que compagine sus ganas de competir con las labores del hogar,
más ahora que tienen un bebé de pocos meses de edad. Así, Phelps demuestra no
solo ser un bombón, sino además un campeón en todos los aspectos de su vida.
Obviamente es un ejemplo algo burdo, pero ¿acaso no es
diferente a lo que comúnmente leen en la prensa deportiva sobre Michael
Phelps?, ¿leen cosas de este tipo en la prensa general sobre los atletas
masculinos?.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar