martes, 9 de agosto de 2016

Deportistas buenotas o el sexismo en las Olimpiadas

Por Andrés Gallegos

En Beijing 2008, Yelena Isinbayeva era la belleza que conquistó al mundo por su récord mundial en el salto con pértiga. Tengo ojos para ver y sensibilidad para apreciar, la rusa es hermosa y está buenísima. ¿Pero que hubiéramos pensado si algún medio hubiera titulado a ocho columnas, “Usain Bolt, el guapo más veloz de la Tierra”?, lo más probable es que pensarían que ese periódico salió del closet (y además, presume de gustos excesivos).

Traigo esto a colación, debido a un estudio de la Universidad de Cambridge que encuentra evidencias de sexismo en varios medios deportivos a nivel mundial. Es decir, se utiliza un lenguaje denigrante o machista hacia las mujeres atletas, quienes además, reciben menor reconocimiento de sus logros deportivos. Por ejemplo, mientras los hombres son “genios”, “dominantes” y “fantásticos”, las mujeres son “participantes”, “esposas de”, “soltera”, “embarazada” o “sexys”.

Lo que más me llama la atención de esta investigación es la reacción a la defensiva de muchas personas. Prácticamente, señalan que el estudio es una pérdida de tiempo, lo catalogan como berrinches y pataletas de feminazis con mucho tiempo libre, y se quejan, al estilo Clint Eastwood, de vivir en la dictadura de lo políticamente correcto, con una generación de cobardes que se victimizan por todo. Reconozco que, al menos en lo que dice el cineasta, puedo estar de acuerdo (aunque no en su totalidad). Pero sí creo que hay un sexismo latente el cual no queremos reconocer, no solo en los medios de comunicación, sino en la sociedad.

Recuerdo que cuando Ana Guevara era la mejor corredora de 400 metros del mundo, muchos aficionados no solo hablaban de sus medallas de oro, sino de su aspecto “masculino” y su voz grave, poco “femenina”. Años después, al dedicarse a una actividad de claro dominio varonil como la política, cuyo estigma no se circunscribe a la corrupción, sino a la deshonra de “haber dado las nalgas” o ser “la esposa del gobernador”, Ana Guevara hizo críticas a la medalla de oro del futbol varonil en Londres. A “Anita”, como algún palurdo comentarista la llamaba (a nadie escuché llamar “Nandito” a Fernando Platas, por ejemplo), no solo le cayó el descrédito de redes sociales y aficionados por envidiosa y andar de grilla, sino además, dudaron abiertamente de su sexualidad y directamente la llamaban hombre o travesti.

En los Juegos Olímpicos que me ha tocado ver, los medios de comunicación han solido dirigir algún alborozado piropo a atletas estéticamente más proclives a ser catalogadas como bellas, como Iridia Salazar o Paola Espinosa. No podían decir lo mismo de mujeres como Guevara o Soraya Jiménez, cuyo cuerpo fornido, estatura baja y pelo corto, motivó a cierto profesor de licenciatura a decir que las mexicanas tienen cuerpos como Soraya y que se bajaran de la nube, porque era imposible emular una belleza como la de María Sharapova. A otras medallistas como Belem Guerrero, fueron durante mucho tiempo ninguneadas, entre otras cosas, por su origen humilde y constitución física menudita, mientras compañeras ciclistas de mayor atractivo como Nancy Contreras, eran requeridas para sesiones de fotos en revistas.

El sexismo no está solo en medios de comunicación, sino que repercute directamente en las audiencias. Pero la influencia mediática es innegable. Las principales televisoras, con excepciones, tienen a la mujer como un objeto visual más que como una aportación sustancial de conocimientos deportivos. Los periódicos sensacionalistas sacan en sus páginas traseras y en los más buscados de la web a mujeres desnudas, y solo sacan a un muchacho en poca ropa sino es para mofarse de él por su pretendida mariconería, como Cristiano Ronaldo y sus modelajes de calzones Calvin Klein o sus abrazos con amigos en algún yate. Los medios, como entidades de lucro, no cambiarán ese trato al sexo femenino porque les da ventas

Inclusive, esto no solo aplica para las mujeres. Cuando el clavadista británico Thomas Daley dio a conocer que tenía una relación amorosa con un hombre, pasó de ser uno de los “papacitos” del deporte, a hacer continuas acotaciones y señalamientos sobre sus preferencias sexuales. En un entorno que debería aceptar con normalidad la homosexualidad de x o y deportista, no se darían estas explicaciones. Es como si los medios de comunicación hicieran hincapié en que a Lionel Messi le gustan los días soleados y la cumbia villera cada vez que da un pase de gol. Las preferencias no inciden en el rendimiento deportivo, aunque puedan ser buenas historias.

No obstante, noto que mucho público, por supuesto en su mayoría varones, es resistente a detectar estas anomalías. Ya dije que una reacción es acusar de exageradas a quienes hacen alguna observación medianamente crítica, o directamente anularla en base a estereotipos que nos ayudan a hacer bromas fáciles. Una de las estratagemas más burdas para ridiculizar la ideología del adversario, consiste en hacer simplificaciones groseras de lo que defiende. Así, las feministas pasan a ser feminazis, un cónclave esotérico de brujas gordas y malcogidas, con vello en las axilas, y cuyo tiempo destinan a quejarse de su fealdad omnisciente con carteles que atacan al “machista falocéntrico heteropatriarcal”.

Finalizo diciendo que, aunque es cierto que hoy existe una moda de victimizarse por cualquier cosa, existen elementos para reconocer, aunque sea, ciertos atisbos sexistas en nuestro modo de ver y analizar a las mujeres deportistas de los Juegos Olímpicos. Es como el grito de “puto” en los estadios, el cual yo y muchos hemos gritado, no nos hace unos homofóbicos intolerantes ni religiosos monoteístas fanáticos, pero el grito, en su origen, contiene elementos que responden a un ambiente de rechazo al “cobarde”, al “pasivo”, en suma, al “poco hombre” que se asocia a los homosexuales. Y aunque ser conscientes de ese sexismo no obliga a rechazar el disfrute estético de traseros firmes y caras bonitas (confieso que mis favoritas son las voleibolistas), reducir esa visión mediática y sesgada de la mujer nos haría bien.

Les pondré el siguiente ejemplo. Invito a leer este texto, con elementos que podrían considerarse sexistas, sobre Michael Phelps. Es un ejemplo tan sonrojante que no lo publicarían ni en Cosmopolitan:

El muñeco de Baltimore

Michael Phelps no solo impacta por sus medallas, sino por su belleza. El nadador estadounidense vence a sus rivales en la piscina y derrite corazones con sus ojos negros, mirada retadora que intimidó a otros buenorros como el sudáfricano Chad Le Clos, su barba cerrada, su abdomen marcado y unos brazos fuertes y largos para ser estrechados por ellos para siempre. Sus participaciones en Juegos Olímpicos han robado la atención de los medios por la elegancia de su sonrisa al alcanzar oros y récords mundiales, más su capacidad de combinar su talento en la piscina con un arrollador sex-appeal

Sus 25 medallas olímpicas no serían posibles sin el apoyo de su esposa Nichole Johnson, quien ha sido clave para la estabilidad emocional de su esposo y para que compagine sus ganas de competir con las labores del hogar, más ahora que tienen un bebé de pocos meses de edad. Así, Phelps demuestra no solo ser un bombón, sino además un campeón en todos los aspectos de su vida.

Obviamente es un ejemplo algo burdo, pero ¿acaso no es diferente a lo que comúnmente leen en la prensa deportiva sobre Michael Phelps?, ¿leen cosas de este tipo en la prensa general sobre los atletas masculinos?.



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