lunes, 11 de noviembre de 2013

Confesiones de un ignorante de la ópera

O cómo me inicié en la ópera viendo "Tosca" de Giacomo Puccini

Por Carlos Andrés Gallegos Valdez

I

Ir a la ópera por primera vez resultó una actividad placentera. Mi feliz ignorancia de las cuestiones técnicas de un arte que ni siquiera había visto en video, me obligaron a atestiguar “Tosca”, de Giacomo Puccini, con los ojos asombrados de un niño.  Predispuesto a la emoción, el arte más complejo derivo en emociones sencillas.  Tres horas y media después, salí satisfecho por la representación de la obra del melancólico artista italiano. Mis cien pesos gastados en ver ópera como en el cine, sustituyendo el rollo del celuloide por una transmisión en vivo, la sala cinematográfica por el Teatro Diana y Hollywood por el Metropolitan Opera de Nueva York, resultaron en una apertura corporal y mental a nuevas sensaciones dramáticas. Nada mal para un ignorante de los entresijos de un escenario donde solo tenía el estereotipo de la gorda cantando con un vestido de noche.

II

La ópera es un género alérgico a los finales con atardeceres en el horizonte. En ningún otro arte se siguen tan al pie de la letra los imperativos aristotélicos de la tragedia. El héroe debe morir para provocar la catarsis en los espectadores. La ópera les declara amor eterno a sus heroínas llevándoles flores al cementerio, como a Madame Butterfly, Violeta Válery, Aída, Mimí. O a Tosca.

Floria Tosca, la cantante celosa de Marías Magdalenas pintadas y abanicos de marquesas, es atrapada por el barón Scarpia, quien se aprovecha de su carácter siempre sensible a la sospecha. Su amor por el pintor Mario Cavaradossi se robustece ante la evidencia del sufrimiento y la tortura del artista, y el silencio de Dios ante una vida dedicada al amor y al arte, frente a las repetidas proposiciones indecorosas de Scarpia. La tragedia remarca la simulación de un amor salvado y las balas falsas matan a Cavaradossi. Tosca encontrará ante Dios los ruegos de una absolución, el único que puede limpiar sus manos manchadas de sangre por aquel cuchillo que le quitó la vida a Scarpia y de aquella muerte que no tuvo oportunidad de ser fingida.

III

La melena del tenor Roberto Alagna es vista con sospecha. Sus pelos, ondeantes, parecen el sueño de un estilista. Pero el fiero Mario Cavaradossi de Puccini, el que sufre torturas despiadadas por defender a un prófugo, el que le canta a la libertad y a la vida, el pintor de vírgenes y el condenado a muerte por la tiranía de Scarpia, no fue creado para usar shampoos y acondicionadores, sino para amar a Floria Tosca. Si quisiéramos a un Cavaradossi engominado o de pelo largo, habría que inventar un nuevo arte, más a la moda. La ópera se adjudica la defensa de las tradiciones hasta en el cabello de sus tenores.

Los otros actores son más convencionales. Patricia Racette, interpretando su papel favorito de Puccini, tuvo conmovedoras actuaciones principalmente en el segundo acto, cuando mata con un beso en forma de cuchillo a Scarpia y contempla con horror la sangre de sus manos, hechas para cuidar niños y rezar juntas en plegaria y que en ese momento se volvieron manos victoriosas.  George Gagnidze, el barítono que apenas habla inglés, se expresó con sus cánticos y sus gestos amenazantes en el rol del barón Scarpia.

IV

Ciertos ejercicios inmaduros de imaginación me hacían pintar un cuadro de los aficionados de ópera basado en estereotipos. Personas con saco y corbata acudiendo con zapatos lustrosos y pantalones recién sacados de la tintorería. Parlanchines puntillosos que increpan de peros las representaciones operísticas. Improvisados maestros de canto atacando a sopranos y tenores con juicios de “American Idol”. Pero la realidad fue más sencilla de aprehender. Aún así me sorprendió ver que la mayoría del público son adultos maduros, parejas de entre 45 y 60 años de edad, señores con chaqueta, lentes y cabello cano. También había varios jóvenes como yo, buscando en la ópera respuestas a sus inquietudes estéticas.

Pese a la incomodidad del horario, sábado al medio día, el Teatro Diana ocupó sus asientos en más de la mitad de su capacidad. A la ópera en tres actos le añadieron dos intermedios de media hora. Tiempo para salir a comprar vinos a setenta pesos el vasito y bolsas de papas a treinta y cinco. Casi como en el cine, solo que en la ópera devorar frituras durante la proyección se castiga con un “ssshhh” ensordecedor.

 V

En la prisión, apurando sus últimos momentos de vida en una partida de ajedrez, el condenado a muerte le agradece a la vida, y cantando se aferra a ella. Los momentos felices que jamás regresarán, el amor de una mujer que ya no podrás moldear con tus manos y retener su belleza con la mirada. El amor que se aferra a la tierra con sollozos y súplicas. El hombre mortal reniega de su condición pero al mismo tiempo entiende la inmensidad con la que vivió su finitud.

Y brillaban las estrellas, y olía la tierra…chirriaba la puerta del huerto y unos pasos hacían florecer la arena…Entraba ella flagrante y caía entre mis brazos...¡Oh dulces besos, lánguidas caricias!. Mientras yo estremecido las bellas formas iba desvelando…Para siempre desvanecido, mi sueño de amor…Ese tiempo ha acabado… ¡y voy a morir desesperado! ¡Y jamás he amado tanto la vida!

VI

La huella que deja la ópera en corazones especialmente sensibles aflora de vez en cuando en personalidades poco aptas para el recato. El hombre que nos introdujo a la vida y contexto de Giacomo Puccini y dio algunas claves para entender su obra, no podía evitar conmoverse al recordar escenas de Tosca. Su voz entrecortada, más que sus críticas al pelo de Alagna o el cuadro de María Magdalena con el seno descubierto pintado por Cavaradossi (una escena igual de escandalosa que Janet Jackson en un Superbowl), me hicieron pensar en que vería un derroche de arte dramático que se sobrepondría a las irregularidades de la puesta en escena.

En ese estudio introductorio, nos presentaron varias frases de Puccini, que bosquejaban una personalidad melancólica y con tendencia a la perpetua depresión. Llámenme ignorante, pero pienso que dibujar un retrato de un artista por sus frases es un ejercicio fútil e incompleto. No es que Sócrates tuviera la certeza de que no sabía nada, sino que lo comprobaba molestando a miles de atenienses con sus charlas inoportunas. Al mismo tiempo, Puccini pudo ser un hombre triste, pero sus óperas son las que comprueban el grado de su aflicción.

VII

Más de 60 países reciben la señal en vivo de la Metropolitan Opera, que llega a un público potencial de tres millones de personas. Las nuevas tecnologías posibilitan el acercamiento de la ópera a cientos de teatros. Cuando veía la transmisión “en vivo y en HD”, no podía evitar imaginarme el día en que se cayera o se congelara la señal, o el sonido y los subtítulos en español no se sincronizaran con las imágenes. Es aquí cuando los neoyorquinos del Metropolitan son realmente privilegiados. Son los únicos cuya transmisión no se detendrá por inconvenientes tecnológicos.

Para mantener la ópera, el Metropolitan se sostiene por donaciones de familias millonarias estadounidenses y del patrocinio de empresas privadas de información  y noticias como Bloomberg. En los interludios, el tenor, el barítono y la soprano podían dar entrevistas solo dos minutos después de dejarse la garganta en el teatro, mientras los encargados del escenario probaban sus habilidades de constructores express, capaces de construir una iglesia entera en treinta minutos ensamblando tablas de madera y recorriendo torres con ruedas incorporadas.

VIII

El callejón sin salida al que encierra Scarpia a Tosca deja indefensa a la soprano. Ante la posibilidad de ser ultrajada por las manos voluptuosas del barón, gran aficionado a las mujeres y sobre todo, a la mirada de odio y la agitación desesperada de Floria Tosca, la cantante pide a la divinidad respuestas a su desventura. ¿Por qué yo, consagrada al amor y al arte, solo encuentro dolor?, ¿por qué mis acciones buenas reciben castigos en vez de recompensa?, ¿Por qué evité la maldad, solo para recibirla en carne propia?. La soprano entona su súplica violenta, increpa a ese Dios que parece quedarse sordo ante sus cantos repletos de lágrimas

He vivido del arte, he vivido del amor, ¡nunca le he hecho mal a nadie…! Con mano furtiva cuantas miserias he conocido, he socorrido…Siempre, con fe sincera, mi plegaria en los santos templos, elevé. Siempre, con fe sincera, he llevado flores al altar. En la hora del dolor, ¿por qué, por qué Señor, por qué me pagas de esta manera? He dado joyas para el manto de la Señora, y he dado mi canto a las estrellas, que brillaban tan radiantes. En la hora del dolor, ¿por qué, por qué Señor, por qué me pagas de esta manera?

IX

Los fanáticos de la ópera no toleran modificaciones al libreto que Luigi Illica y Giuseppe Giacosa escribieron para el lucimiento de la música de Puccini. Si existe un anacronismo en escena, una actuación poco convincente, una capilla que no se asemeje a la Italia del siglo XIX, una muerte llevada a cabo con cobardía, un extra incapaz de disfrazar su actuación impostora jalado de una cuerda, una manchas de sangre embarradas como película de Serie B en la cara del tenor o algún simbolismo mutilado del libreto original que se consideraba indispensable mantener, el público responde con abucheos.

En el Metropolitan, saben la importancia de ser fieles a los textos sagrados, no quitarles ninguna coma y maltratar a los directores innovadores que pretendan contaminar con su visión personal la obra de los clásicos. Cuatro años atrás, la última representación de Tosca se saldó con abucheos a la producción escénica. Pero este sábado parecieron tener su redención. Solo aplausos salieron de las palmas neoyorquinas cuando Tosca se arrojó de la torre y su desafortunada vida se oscureció con el cierre del telón.

X

En la iglesia, Scarpia celebra el triunfo de su treta sobre Tosca. El villano, exultante, no solo atrapará a Angelotti, el fugado de la cárcel que se esconde de la policía, sino que tomará en sus manos a Tosca, la mujer que le hace olvidar a Dios. El Te Deum, el himno de agradecimiento a Dios, suena con notable épica y sonoridad, mientras los niños del coro de la iglesia, el sacristán y los otros ayudantes de la casa del Señor acompañan a Scarpia en un duradero canto de victoria. El barón se hinca ante la virgen, y en esa imagen religiosa ya observa a Tosca, que en su corazón ya tiene anidado al halcón de los celos gracias a la astucia de Scarpia.

Te Deun laudamos. Te Deun confitemur. Te aeternum. Patrem omnis terra veneratur